El París Saint-Germain tocó el cielo en Múnich y escribió una nueva página dorada en el libro del fútbol europeo. Una noche imborrable que culminó con su primera Liga de Campeones y una exhibición que pasará a los anales de la historia. El Allianz Arena fue testigo de un espectáculo total. Cinco goles a cero frente al Inter de Milán, una final que se convirtió en una declaración de poder y un cierre perfecto a una temporada inolvidable para el fútbol francés.
Luis Enrique, artífice de la hazaña, alcanzó el Olimpo. No solo bordó la primera Champions en la historia del club parisino, también selló el primer triplete para Francia y el segundo en su carrera. Desde el banquillo, el técnico español moldeó un equipo de autor, uno que fue creciendo hasta convertirse en una máquina imparable. El PSG arrasó con el favoritismo, la presión y cualquier duda, y lo hizo a ritmo de olés.
El partido perfecto. Desde el inicio hasta el último minuto. El Inter de Milán apenas pudo reaccionar ante una avalancha parisina que desdibujó su identidad. La diferencia táctica fue abrumadora. La presión, la circulación de balón, las transiciones. Un dominio sin precedentes en una final de este calibre.
El joven Doue, con solo 19 años, asumió el protagonismo. Abrió el marcador con frialdad y visión tras una jugada colectiva brillante y continuó con un segundo tanto que desarmó por completo a la defensa italiana. Su actuación lo convirtió en el MVP del partido, con una madurez impropia de su edad. Fue ovacionado al ser sustituido tras su doblete. El futuro ya le pertenece.
Dembelé y Vitinha tejieron fútbol de alto vuelo, con conexiones que dejaron sin respuesta al esquema de Simone Inzaghi. ‘Kvara’, impredecible e incisivo, rompió las líneas como quiso y firmó el cuarto gol con autoridad. Mayulu, con un tanto en los minutos finales, puso el broche a una noche que ya era inolvidable.
Marquinhos lideró desde la zaga, Pacho se impuso a Lautaro, y Hakimi fue un puñal por la banda. Todo funcionó como un reloj suizo. El PSG no dejó espacio a la duda ni al azar. Ni Messi, ni Neymar, ni Mbappé habían conseguido lo que este nuevo grupo logró con contundencia. Una final sin respuestas para el Inter, que solo pudo mirar cómo el gigante francés conquistaba Europa con clase y contundencia.